martes, 4 de febrero de 2020

Los árboles nos hablan sobre la nociva concentración de poderes

Leyendo y releyendo ese intento de Francis Hallé por encontrar una nueva biología (en su libro "Elogio de la Planta", que supone 347 incomparables páginas de comparaciones entre las plantas y los animales) nos topamos con algunas conversaciones entre el editor-poeta Michel Luneau y los árboles, que le dicen con toda calma:

"Entre nosotros todo está relacionado sin que haya necesidad de una centralización particular. Nuestra organización interna no reconoce Dios ni amo. Es una libre asociación de elementos y órganos, diferentes y complementarios. No obedece a nadie más que a ella misma y pide a sus asociados un único acuerdo, pero sobre todo algo esencial: el crecimiento. Puede actuar según su inspiración [...]

El corolario de esta independencia es que cada uno se implica al máximo. Nuestra organización exige a sus miembros que se responsabilicen de cualquier problema que pueda sobrevenirles. Aunque se compadezca, la comunidad no debe, por su bien, sentirse exageradamente afectada. Estás reglas de vida simples, ligeras, liberales y democráticas, pluralistas, responsables [...] están en las antípodas del mundo de funcionamiento en vigor en el otro reino, especialmente en el cuerpo humano. Digámoslo sin ambages: es un dios jacobino el que ha creado al hombre, un dios pesado, celoso, autoritario, policial, feroz, dueño de la concentración de poderes, intervencionista a toda costa en nombre de su omnipotencia. Su divisa: "sin centralismo, no hay salvación". Moraleja: excepto algunas tareas subalternas casi automáticas aue simplifican la existencia, del tipo recogida o acumulación de desechos orgánicos, cualquier pensamiento palabra y acción, cualquier proyecto, cualquier esbozo de plan o de programa debe contar por adelantado con el acuerdo del cerebro."


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