miércoles, 1 de mayo de 2024

No os precupéis si algún día os entierran estando aún vivxs, especialmente si leeis este post

A finales del siglo XIX existía un temor universal a los entierros prematuros. El ser enterrado en vida se debía, fundamentalmente, a estados como la catalepsia, en el que el ser humano deja de responder a estímulos físicos y presenta pulso muy débil y una extrema rigidez muscular.

Pero en la Bélgica de 1897, cuando los entierros prematuros se calculaban ya en un 2 %, surge el Conde Karnice-Karnicki, que presenció como, durante un sepelio, la joven que supuestamente había muerto comenzó a gritar y golpear dentro del ataúd mientras la enterraban.

A partir de ese momento Karnice-Karnicki (no confundir con el ilusionista y escapista Harry Houdini) trabajó incansablemente en un invento, convertido en producto de éxito entre todos los públicos, llamado Ataúd de seguridad: de un agujero en la tapa de la urna emergía un tubo largo hasta el exterior. A la altura del pecho del fallecido un dispositivo que, conectado a un resorte también conectado a la tapa, hacia que al existir cualquier movimiento en el interior aquella se abriese inmediatamente dejando entrar la luz y el aire. Por si fuera poco, el tubo también hacía las veces de megáfono para ayudar al fallecido a ser escuchado.

Así que ya sabéis: si no queréis vivir con el temor a ser enterradxs vivxs (como George Washington), continuad leyendo nuestro humilde blog... o apretad el botón conectado al resorte.


1 comentario:

Anónimo dijo...

Q estupidez