Fragmento de Rastros de Carmín, de Greil Marcus:
"En algún punto entre 1915 y 1925 el arte se había consumido a sí mismo en una guerra sin límites, en una lucha por escapar de su reducto, su museo, su parque de atracciones, su zoo; desde entonces no había existido arte si no "imitaciones de ruinas" en un "carnaval sombrío aunque provechoso, donde cada cliché tenía sus discípulos, cada regresión sus admiradores, cada nueva versión sus fans". Los sueños de la Internacional Letrista de un mundo reinventado procedían del arte, pero el grupo estaba seguro de que, en su época, hacer arte era perder el tiempo.
Sería participar de los mitos del hombre bendecido por el genio y la inspiración divina, prestar sus manos a un sistema de jerarquía individual y control social; con Diós muerto y el arte ocupando su lugar, sería mantener una ilusión religiosa, adecuadamente atrapada en la más mágica de las mercancías. Hacer arte sería por tanto traicionar los deseos corrientes y ocultos que el arte alguna vez representó [...] un modo de vida que cualquiera podría comprender y utilizar."