"No hay una ética social, no hay problemas sociales en la ética: toda la ética es social. Es sobre la creación colectiva del hombre como intimidad irreductible a lo colectivo e inseparable de ello acerca de lo que indaga la reflexión ética. No hay, pues, posibilidad razonable de que la ética permanezca neutral ante la política, a no ser que se haya convertido en el más estéril ejercicio académico o en empalagosa vaguedad clerical. Pero tampoco es exacto decir que la ética "desemboca" en la política o que viene a verse prolongada por ella, como en la reflexión aristotélica: parte de algo anterior al juego político, lo traspasa acompañándole y va más allá, hacia lo no cumplido, rumbo a la incansable promesa. El reconocimiento en el otro que la ética pretende es un desafío más sutil y enérgico que el básico reconocimiento del otro que la violencia política instituye. Contra hegelianos y positivistas, es preciso sostener que la madurez de la ética no se cumple en la legislación positiva del orden político jerárquico, burocratizado y dividido en clases por la explotación económica; por el contrario, la ética sigue subvirtiendo con su ideal los violentos establecimientos de la necesidad histórica y luchando políticamente contra la política. Ese paradójico designio de de poner a la ética como objetivo de la política es el sentido más noble de la revolución; o, si se prefiere menos truculencia, es el cumplimiento de la democracia."
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