Con nuestra última actualización hemos cumplido al fin con un viejo objetivo: crear una guía turística mundial. Esta publicación propone un recorrido global (5 continentes, más de 50 países) por 80 monumentos dedicados a muertes colectivas en su más amplio sentido.
El proyecto incluye además una intervención sobre monumentos en la ciudad de Lisboa, en la que encontramos diferentes categorías: masacres, genocidios, incendios, catástrofes naturales, etc
Para ver y/o descargar "La vuelta al mundo en 80 catástrofes" sólo hay que pinchar aquí.
Tantas veces contemplado como un elemento ornamental, el monumento público a la catástrofe está, sin embargo, cargado de ideología y valores funcionales, siendo más útil a la legitimación del poder instituido que a la recuperación de las comunidades afectadas por el desastre. Esta función se evidencia no sólo en el selectivo homenaje a la memoria, sino también en la práctica del olvido, que clasifica la tragedia según la calidad de sus víctimas, o evita deliberadamente la revisión histórica de las atrocidades de occidente. Sintomático de esta utilidad es la constante modificación simbólica de muchas de estas esculturas, cuyas alteraciones acompañan la evolución ideológica de los territorios en los que se erigieron.
La tendencia a la desigualdad y a la represión, latente en toda relación de poder, se refleja en las mismas categorías con que el lenguaje clasifica el desastre: epidemia, accidente, hecatombe, aniquilación... La cosa se complica cuando detrás de su significado hay una responsabilidad humana indudable: atentado, matanza, masacre, genocidio, feminicidio, guerra... La elección de una u otra a la hora de describir una muerte colectiva revela una posición política, y prueba de ello son los encendidos debates que disputan la narración de la historia. ¿Cuán específico era el objetivo de la violencia? ¿Cuán específicas sus víctimas?.
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